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Llegir el comunicat de SOS Racismo
La barriada de Las 200 Viviendas fue levantada en los años setenta en Roquetas de Mar (Almería) para alojar a 200 familias obreras. Treinta años después, suma 8.000 habitantes, muchos de ellos supervivientes de viajes en cayuco que llegaron con sueños de prosperidad y que viven hacinados en pisos diminutos, sin perspectivas de tener empleo. Ousmane Kote, el joven senegalés de 28 años que murió apuñalado el sábado por la noche, en cambio, sí tenía empleo y estaba en trámites de arreglar su residencia por arraigo social. Su presunto asesino es un vecino relacionado con los clanes locales de la droga.
La de Ousmane era una historia esperanzadora de integración. En lugar de eso, su muerte originó una ola de violencia que la Guardia Civil trata aún de contener. Se dispersa a los grupos de más de diez personas. "Como si fuéramos todos criminales", explica Manuel Estrella, un vecino indignado. Roquetas de Mar tiene censados a 71.279 habitantes, un 25%, extranjeros. La muerte de Ousmane ha revivido el fantasma de los conflictos raciales de El Ejido. El domingo por la noche grupos de subsaharianos construían barricadas y apedreaban a los que llaman "gitanos". Creen que el asesino de Ousmane, cuya casa fue quemada, es uno de ellos. Pero Juanjo el Lilo, o el Palomero, no es de la etnia. Sí, su mujer. "Ésos han contaminado el barrio", explica un vecino de la plaza de Andalucía, la misma en la que apuñalaron a Ousmane al mediar en una disputa trivial entre un senegalés y el clan de Juanjo.
A la luz del día, todos los vecinos coinciden en que la raza tiene poco que ver en el problema, pero en cuanto anochece los gritos de los exaltados apagan las razones. La congregación en homenaje al fallecido ante el ayuntamiento acabó en una agitada protesta, en la que ni el alcalde, Gabriel Amat, ni los representantes de asociaciones de inmigrantes pudieron leer la nota de una reunión en la que se pactó el regreso a la calma. Los inmigrantes se sienten maltratados. Dicen que la ayuda sanitaria llegó intencionadamente tarde al rescate de Ousmane y que la policía ha dejado campar a los narcotraficantes a sus anchas. La disparidad de actitudes entre los subsaharianos de mayor edad y los jóvenes es palpable. Los cabezas de la comunidad pedían ayer calma. "Si no nos oyen, esta noche haremos mucho ruido", replicaba uno de los jóvenes. Grupos de veinteañeros pasean todo el día sin empleo. Muchos viven de la beneficencia. "Los inmigrantes que a las nueve de la mañana están en la calle es porque no trabajan porque no tienen papeles. Los agricultores no se arriesgan con ellos", explica Andrés Góngora, secretario provincial del sindicato COAG. Y eso a pesar de que los invernaderos funcionan al 90% de su capacidad. Son nueve meses y medio de temporada, donde, quienes logran empleo, cobran 5,04 euros por hora trabajada.
Ahora ya nadie duda que la inactividad, la falta de empleo y la frustración han creado el caldo de cultivo para que prendiera la violencia, la primera de subsaharianos, un colectivo que no suele ser conflictivo. El asesinato ha sido la chispa que ha movilizado la frustración. Pero el eje de conflictividad en Las 200 es desde hace mucho el del tráfico de drogas. "Aquí hay sobre todo pequeñas incidencias por menudeo", concreta la Guardia Civil. Los senegaleses están dolidos porque se relacionara a Ousmane con drogas. "Era una hipótesis que tenía fundamento por los antecedentes del agresor", admiten la Subdelegación del Gobierno. Pero todo fue una pelea por un asunto trivial. Ibrahim, recién llegado del invernadero, resume la indignación: "Aquí la mayoría tenemos un trabajo honrado, pero en cuanto pasa algo con un moreno, la primera sospecha son las drogas". "Claro que es fácil hablar de un Bronx, pero esto no es un gueto racial, es un gueto social y económico", explica Manuel, cerca de Ibrahim. Anoche, la vigilancia policial fue reforzada en previsión de nuevas algaradas.