"No queremos que deporten a nuestro amigo Lester"

 Dentro de una carpeta azul Lester guarda la factura de un ordenador, de un móvil, los recibos mensuales de la escuela en la que da clases y otros papeles que ha ido acumulando desde que llegó a España hace casi tres años, esos papeles demuestran que “ha existido”, como dice su amiga Sonia. Justificar que llegó en noviembre de 2007 es uno de los pasos que necesitaría para regularizar su situación. Es guatemalteco. En los últimos años ha vivido en Madrid estudiando interpretación, el sueño que le trajo hasta aquí, y que le ha costado trabajo mantener por no tener documentación. “No es nada fácil estudiar y trabajar, en lo que va saliendo, al mismo tiempo”, cuenta Lester.

En su retrato laboral aparecen oficios tan dispares como el de camarero, malabarista o chico de la mudanza. Incluso, cuando no podía hacer frente al pago de las clases fue contratado como personal de mantenimiento y limpieza en la escuela en la que estudiaba. “No le han regalado nada”, dice Cristina, su amiga, quien le acompaña en este vídeo durante uno de los ejercicios de clase en el que Lester, interpreta en un alemán inventado (porque Lester habla tres idiomas pero el alemán no es uno de ellos) a Demetrio, en “El sueño de una noche de verano”, de Shakespeare. “Durante la obra nos reímos mucho, porque él en la vida real es como un caballero, siempre tan educado… y me decía ‘Cristi no puedo’ cuando tenía que rechazarme”.

Su cima ha sido siempre el escenario, ser actor, pero sobre todo, ser payaso. A veces, hace improvisados espectáculos entre los coches, mientras el semáforo está en rojo, para sumar poco a poco los casi 300 euros mensuales que le cuestan las clases. “También había aceptado empleos de 40 horas durante el fin de semana, le decíamos que no lo aceptara pero él tenía claro que para estar aquí tendría que sacrificarse”, recuerda Sonia. Ella, otra amiga, habla de Lester en pasado, y lo hace de una forma inconsciente, producto de la desesperanza con la que vive desde que supo lo habían detenido y que en menos de dos meses, Lester, su amigo, con el que ha compartido tantas horas de ensayos, al que ha escuchado improvisar e ironizar en durante las clases con el tema de tener o no tener papeles, puede ser enviado a Guatemala. Sin ensayos, sin ficción.

Lester había viajado a Castellón para trabajar en un bar. La policía lo paró el viernes en la estación de tren, lo metió en el Centro de Internamiento de Extranjeros y le dijo que probablemente en 60 días (el tiempo máximo que un inmigrante puede pasar en un CIE) será deportado a Guatemala. Tres años inventando e ingeniándoselas para llegar a fin de mes y cumplir un sueño, que puede acabar cuando le quedan tan solo unos meses para iniciar su regularización. El verano pasado también lo detuvieron en Castellón, una ciudad donde hay una fuerte presión sobre los inmigrantes, fue entonces cuando se iniciaron los trámites de su expulsión.

Su única comunicación con la familia y amigos es a través del teléfono que hay en una sala del CIE. Cuando preguntamos por él se escucha un grito (¡Guatemala!) que va saltando de voz en voz, como si hubiese eco. Responde Lester, y nos cuenta cómo lo arrestaron al bajar del tren y la incertidumbre de las primeras horas encerrado en el calabozo. “Fue bastante duro porque le detienen uno y no sabe con quien le va tocar en la celda, yo, por suerte, estuve aislado”. Después de 24 horas lo trasladaron al CIE de Zapadores, en Valencia, una cárcel de inmigrantes. “Es como estar preso, en una prisión hacen lo mismo que aquí. Durante el día te abren a las diez, sales al comedor, te dan de desayunar y al patio. A la hora de la siesta vuelven a meterte en las habitaciones y después te sacan otra vez. En una prisión incluso tienes otras alternativas, aquí no, sólo pasan los días. Te sientes inútil y no puedes hacer nada”. Pero lo que más le preocupa, dice, es la incertidumbre de no saber qué va a pasar con él. “La gente está muy incómoda porque no saben cuándo van a expulsarla”. Él tampoco, ayer presentó un recurso para intentar parar su deportación, pero pasarán días hasta que haya respuesta.

Desde fuera sus amigos no han parado, no terminan de creerse que cuando se reinicie el curso Lester no esté. “En la escuela somos 23 y yo estoy recibiendo 20 llamadas al día”, afirma Sonia. Ella fue quien le dijo a la familia que lo habían detenido y desde que se enteró de la noticia, junto a muchos otros amigos, no ha parado de moverse buscando asociaciones, asesoramiento y pidiendo ayuda a todo el que quiera escuchar. “Cuando hablé con él por teléfono me dijo que esto no era una despedida y a mí se me partía la vida. No puedo creer que se diga de una persona que es ilegal y que tenga que ser deportada. Lester está integrado, estudiando y con una vida hecha en España”. Las palabras de Sonia se ahogan durante la conversación.

Cuando lo detuvieron no quiso decir nada a su familia, sobre todo su madre, que ha viajado desde Guatemala precisamente para visitarle en Madrid. “Estamos todos destrozados, su madre se pasa el día llorando”, cuenta Uvaldo, su cuñado. Él también es guatemalteco y no tiene papeles, ha sido detenido en cinco ocasiones pero siempre lo han soltado tras 24 horas en el calabozo. “Es una experiencia horrible, por eso me imagino por lo que debe estar pasando él”. Para Uvaldo su obsesión es que su mujer, que está en la misma situación que ellos, nunca pase por eso. “Ahora todos estamos pendientes del teléfono a todas horas porque no sabemos lo que puede pasar”. Lester tampoco, pero no pierde los ánimos, o al menos no delante de quienes le esperan fuera, pide que no se preocupen, que para él lo peor ya pasó e incluso bromea. “Cuando lo llamé”, recuerda Cristina, ” me dijo: Cuando vaya a visitarte a Sevilla tienes que ir a recogerme a la estación pero acuérdate de llevar un saco para que pueda meterme dentro y no tener que pasar otra vez por esto”.

Font: Periodismo Humano 

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