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"Recortar los derechos a los inmigrantes es el primer paso para recortarlos luego a todos"

 Nació en Argelia, pero creció en el este de Francia y su educación es "casi" alemana. Sociólogo, escritor, profesor universitario, especialista en migración, asesor del gobierno de Jospin, europarlamentario hasta 2004. Vive entre Francia y Sevilla. Se confiesa republicano, apasionado por la música clásica y enganchado a la lectura. Sami Naïr, ciudadano del mundo, destaca por sus posicionamiento en favor del desarrollo de políticas de integración y el reconocimiento de los derechos y deberes de los inmigrantes. “El pueblo español se ha portado bien con los inmigrantes”, dice.

–No atraviesa el mundo un bueno momento…

–Va mal. En un año la crisis se cobró 29 millones de puestos de trabajo y ahora tenemos 29 millones de parados más. En España no es necesario subrayar la situación. Hablamos de cifras oficiales, pero en realidad la situación es peor. Se ha desarrollado en estos años de forma incontrolable la inestabilidad social y la precariedad, y el mundo económicamente está al borde del colapso histórico y la crisis provocada por el sistema financiero la están pagando las víctimas del propio sistema financiero. Ayer países del Tercer Mundo y hoy en día actores fundamentales sin los cuales es imposible solucionar los problemas del sistema económico mundial. Al mismo tiempo asistimos a la decadencia del imperialismo norteamericano.

–¿Y eso está bien o está mal?
–Está bien porque lo merecen. No han aprovechado su papel de gran potencia para pacificar el mundo, para defender la justicia, para desarrollar la igualdad. Han aprovechado su papel tras la caída de la Unión Soviética para dominar más el mundo, para imponer un poder unilateral en vez de aceptar decisiones multilaterales.

–La gente tiene la sensación de que el mundo está al revés. Los gobiernos han ayudado a los bancos, los principales causantes de este desastre, en vez de apoyar a los trabajadores.
–Exacto. La gente tiene toda la razón, pero al mismo tiempo hay que conocer bien la realidad. Esa medida significa que los gobiernos no tienen una autonomía grande respecto al mundo financiero. Representan al pueblo relativamente, porque representan sobre todo a los intereses económicos y financieros. Por eso, el gobierno no podía dejar caer a los bancos nacionales porque hubiera sido una crisis tremenda. El problema es saber a cambio de qué se dan esas ayudas. Por ejemplo, en EE UU el gobierno pidió participar en los consejos de administración de los bancos para ver cómo usaban ese capital. O sea que el problema es saber dónde va ese dinero. En Europa, los gobiernos tenían que haber dicho a los bancos que tenían que emplearlo en ayudar a empresas a crear empleo. Eso hicieron los chinos.

–España no está muy bien posicionada para salir del bache.
–Desde luego que no. España no tiene maniobra porque económicamente es una potencia media en Europa y ha utilizado su dinamismo económico de los últimos 20 años para desarrollar las infrestrucuras del país, permitir un nivel de vida más alto… pero al mismo tiempo es uno de los países que tiene debilidades más importantes. El paro, los contratos basura, la burbuja inmobiliaria… Los mercados financieros han empezado a dudar de España y yo espero que la situación no desemboque en lo que ocurre en Grecia.

–España preside ahora la UE. ¿Eso ayudará a este país?
–Ya lo ha hecho porque ha conseguido que siga en Bruselas un comisario español y eso ya es una victoria. Mientras España presida la UE no habrá sanciones ni medidas contra el país. El problema de la presidencia española es que es un desafío tremendo. España no tiene suerte porque asume esta presidencia en situación de crisis, en un momento en el que hay que poner en marcha el Tratado de Lisboa y es muy difícil políticamente pasar de un texto a la práctica.

–Las principales víctimas de esta crisis son también los inmigrantes. ¿Cómo ve la situación de esta gente?
–Cuando uno emigra debe saber que no va a encontrar el paraíso en el otro lado. Los puestos para imigrantes son cada vez de más bajo nivel, es una condición que ellos aceptan. Pero el problema tiene que ver con el estado de derecho. Los trabajadores nacionales no deben culpar a los inmigrantes de los efectos negativos de la crisis. La crisis provoca una competencia para conseguir puestos de trabajo y los nacionales tienden a pedir un derecho privilegiado, pero en el mundo del capitalismo el trabajo no funciona así y no tenemos que diferenciar a una persona por sus orígenes o por su condición de inmigrante. En la crisis los que lo padecen más son los que acaban de conseguir esos derechos: las mujeres, los jóvenes, los inmigrantes…

–La crisis ha provocado el retorno de muchos a su país.
–Muchos quieren volver, pero están a la espera de ver lo que va a pasar. Cuando se trata de inmigrantes con familia aquí es muy difícil que vuelvan. Por lo menos aquí pueden acceder a colegio, sanidad, transporte… Su vida es mucho más fácil. La crisis va a provocar problemas identitarios muy importantes y no solo entre los inmigrantes. La crisis está desestabilizando todas las estructuras sociales.

–¿Cree que la sociedad española es más racista ahora que hace años?
–En una situación de crisis es muy fácil culpar a los extranjeros y anteponer lo nacional. Comparado con otras naciones, el pueblo español se ha portado bien, e incluso muy bien, con los inmigrantes. El racismo existe en todas partes, pero no sé si en España es racismo o más bien temor de no conocer al otro. Salvo dos o tres grandes ocurrencias, el gobierno ha intentado evitar utilizar la inmigración como un arma política. Creo que los partidos que lo hacen tienen una grave responsabilidad en el auge de la xenofobia y el racismo en este país. Recortar los derechos a los inmigrantes es el primer paso para recortarlos luego a los nacionales. Eso lo hemos experimentado en Francia. El pueblo no es racista, las élites están jugando con la inmigración de manera peligrosa.

–A veces hablamos de inmigrantes como si fueran un número y se olvida que son personas.
–Para la Unión Europea la inmigración es ante todo un factor de trabajo, es una mercancia social que no tiene que ver con su dimensión económica. Pero cuando no los necesitamos económicamente queremos que vuelvan a su casa.

Faro de Vigo

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