El objetivo de #RelatsReals informar y sensibilizar, difundiendo casos atendidos por el Servicio de Atención y Denuncias de SOS Racisme Catalunya.
Utilizamos nombres falsos para mantener el anonimato de la persona agredida por política de protección de datos.Pero es el único dato ficticio.
Todos los hechos narrados son reales.
El texto es obra de Mònica López Mas.
Ara podeu llegir els #RelatsReals a La Directa, un cop al mes, a la secció “Expressions”
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#RELATSREALS 5: Cuando el racismo llama a la puerta
Jose dormía con su mujer y sus hijos en su piso alquilado en Sabadell. Era septiembre y tenían la ventana abierta, para dejar correr el aire. De repente, escuchó a unos jóvenes que hacían jaleo. El ruido era muy cercano. Ya no pudo pegar ojo. Y su mujer, tampoco.
Las juergas continuaron todos los fines de semana. Pronto descubrió que en el 1º 2ª, justo debajo de su casa, se había inaugurado un club de cánnabis de dudosa legalidad. Jose bajó a quejarse:
Oigan, vivo en el piso de arriba. Tengo dos niños pequeños que no pueden dormir. Les pediría que bajaran el volumen… De lo contrario, contaré al ayuntamiento las actividades que se realizan en el local.
¿Nos está usted amenazando? No somos delincuentes – dijo un joven engreído, cerrándole la puerta en los morros.
Jose, en vistas que esos jóvenes no iban a entrar en razón, acudió al servicio de mediación del ayuntamiento y concertó un encuentro. Ninguno acudió a la cita.
Música a todo volumen, rondas de cachimba, motos y perros rugiendo en plena madrugada bajo el portal… La situación era insostenible. Su mujer, con quien se habían metido en más de una ocasión, sólo se calmaba a base diazepam. Los niños tenían miedo y habían modificado sus pautas de sueño. Y él se sentía responsable de proteger a su familia.
En diciembre, una fuerte tormenta cortó la luz de todo el edificio. Eran las tres de la madrugada cuando unos golpes los despertaron bruscamente:
Panchitos, hijos de puta, ¡enciendan la luz, enciendan la luz! –gritaban, dando golpes de escoba en el techo.
Quiso denunciar lo ocurrido a los Mossos d’Esquadra, pero le dijeron que si no sabía identificarlos no podían hacer nada. Sin más remedio, volvió a apostar por el diálogo. Se llenó de coraje, bajó y picó nuevamente al timbre:
Panchito, ven aquí, ¡te vamos a rebentar la cabeza! –el joven más arrogante había salido a recibirlo con un palo de hierro.
Su mujer y una vecina reaccionaron rápido y llamaron a la policía. Delante de los mossos, los jóvenes intentaron agredir a Jose. Los policías se lo tomaron con calma:
Danos tu documentación –le pareció injusto. A quien tenían que identificar era a aquellos incívicos, no a él. –Señor, no puede sentirse agredido con insultos racistas porque en su NIE dice que usted es español.
Puto sudaka de mierda… ¡Lleváoslo preso! –gritó el joven–Tendrían que cogerlos, ponerlos en una patera y mandarlos todos pa’ su pueblo!
Agente, ¿me acaba de gritar lo que ha oído y dice usted que no puedo sentirme agredido? No me lo puedo creer.
Al final, el club cayó por si sólo y cerraron el local. Pero los golpes y meados en la puerta de su casa, las llamadas al timbre y las pedradas en las persianas no cesaron. Para más inri, uno de los chicos del club denunció a Jose, quien dejó de pagar un mes de alquiler para poder sufragar los gastos del abogado. Absolvieron a ambas partes, puesto que la policía aseguró que no había visto ni oído nada. Volvió una vez más al ayuntamiento, esta vez para reunirse con la oficina de convivencia: sólo le sugirieron que abandonara su domicilio.
Desesperado y con una posible orden de deshaucio en la nuca, salió a buscar aliados. Encontró a FedeLatina, que lo puso en contacto con el consulado de Equador y con el Servicio de Atención y Denuncias (SAiD) de SOS Racisme. Tanto la presión diplomática que ejerció el cónsul como el servicio legal ofrecido por SOS Racisme permitieron denunciar seriamente el caso y convocar una reunión con el teniente de alcalde, los Mossos d’Esquadra y la asociación de vecinos del barrio, que finalmente se posicionó a su favor. Allí reunidos, los Mossos reconocieron haber actuado con negligencia, aunque no tomaron ningún tipo de medida correctora. Finalmente, fue el propio Adrián quien consiguió reunir las matrículas de las motos y los coches de esos jóvenes para interponer la denuncia.
Al abrir el proceso judicial, el acoso menguó. Pero Jose tiene miedo de perder el juicio, porque está convencido de que si vence la impunidad, volverán a la carga.