El objetivo de #RelatsReals informar y sensibilizar, difundiendo casos atendidos por el Servicio de Atención y Denuncias de SOS Racisme Catalunya.
Utilizamos nombres falsos para mantener el anonimato de la persona agredida por política de protección de datos.Pero es el único dato ficticio.
Todos los hechos narrados son reales.
El texto es obra de Mònica López Mas.
#RelatsReals 4: Ojos desnudos ante la mirada policial
[mayo de 2015]
Aquel día, Laura abrió la puerta de la comisaría de Mataró con seguridad. Sus hijos entraron detrás de ella. Ya conocían el lugar. El día anterior, habían ido allí para arreglar los papeles de su hijo, el pequeño. Todo fue más o menos bien. Aunque los dos policías de la entrada se mostraron inquietos ante su vestimenta. Uno de ellos le dedicó una mirada de desprecio, que Laura, cansada de defenderse, decidió pasar por alto. Cuando se lo pidieron, ella no tuvo ningún problema en identificarse: eso sí, pidió que fuera ante una mujer. Lo hizo, arreglaron los papeles y se fueron.
Parte 1: Autoritarismo subjetivo
Esta vez le tocaba el turno al mayor. Nada más entrar, decenas de pares de ojos se centraron en ella. En su vestido. En su cabeza. En su pañuelo. En sus ojos; que se cruzaron nuevamente con los de ese policía. No parecía nada contento de verla. Agarró su número de turno, se sentó junto a sus hijos y esperó. Se relajó: en la mesa que le tocaba atendía una mujer. Meec! Su turno. De repente, un policía joven apareció en esa mesa:
- Yo soy el que hará el trámite. ¿Sabes que te tienes que identificar?
- Si, si. Cuando llegue el momento lo haré.
- Te tienes que identificar, ahora.
- ¿Puedo hacerlo, como ayer, ante una mujer?
- No.
No. Respuesta categórica. Sin lugar a duda, sin lugar a discusión. Laura se puso nerviosa. Muy nerviosa. Intentó controlarse… pero para cuando su cabeza reaccionó, su corazón ya había escupido esas palabras como una bala:
- ¿Me vas de listo? ¿Por qué me hablas así?
- ¿Qué? ¿Encima te atreves a decirme esto?
Laura se derrumbó y empezó a llorar. Dos policías la bajaron a una sala y la interrogaron: que desde cuando vestía con nicab, que si la obligaba su marido…Ella dejó claro que nadie podía obligarla a hacer nada, que era su propia decisión vestir con nicab. Se respiraba un ambiente muy tenso.
- Firma la denuncia.
- ¿Por qué me has denunciado?
- Porque te has negado a identificarte.
- Yo no me he negado. Hay una gran diferencia entre negarme y pedir que me identifique una mujer.
Parte 2: Discriminada en soledad
Entre lágrimas, y ante la mirada impasible de los y las allí presentes, intentó defender sus derechos:
- Yo también quiero denunciar. Por favor, necesito que me proporcionen los nombres y números de placa de los agentes que me han atendido.
- No se los vamos a dar.
Impotente ante ese panorama despótico, agarró por el brazo a sus hijos, de cinco y nueve años (que habían presenciado la escena y parecían confusos y asustados), apretó bien los dientes y se marcharon.
Con las mejillas todavía bañadas de lágrimas, Laura puso la llave en la clavija del coche, dispuesta a conducir de regreso a Premià. Fue entonces cuando su hijo, el mayor, le preguntó:
- ¿Por qué lloras, mamá?
- Nada hijo, me duele la cabeza. No te preocupes.
Una vez más, mantuvo a sus hijos al margen de los insultos y las discriminaciones. Lo último que quiere es meterles “malas ideas” en la cabeza.
Parte 3: Defenderse los derechos
Enojada por el trato recibido, decidió contactar con Fátima, abogada del Servei d’Atenció i denúncies (SAiD) de SOS Racisme Catalunya. Son amigas desde pequeñas, del pueblo, puesto que Laura vive en España desde los tres años.
Fátima le hizo descubrir que aquello que había pasado era perfectamente denunciable. Y decidió dar el paso.
No busca dinero, no busca venganza. Tan sólo respeto. Ser reconocida como persona y no como terrorista. La calle es el lugar más duro para ella. Recibe críticas diarias, aún andando con sus hijos: “fantasma”, “asquerosa”, “bruja”. Ha sufrido hasta intentos de agresión. “Yo no me siento libre si me tratan así”, asegura Laura.
Ya no contesta a los insultos, como solía hacer durante el primer año de llevar el nicab. “No confío en que esta gente cambie; los medios de comunicación se encargan bien de ello…”, lamenta. Pero prefiere quedarse con las sonrisas de las personas buenas, como la de ése librero de Premià que se posicionó a su favor el día que iba a comprar los libros del colegio a sus hijos y recibió una de esas miradas degradantes:
- Antonio, no comentes nada, como digas algo de esta señora, a quien yo respeto, sales fuera de mi librería.