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#REFLEXIÓ: ¿Qué esconden en los Centros de Internamiento de Extranjeros?

¿Qué esconden en los Centros de Internamiento de Extranjeros?

Un relato en primera persona, desde afuera

@KarlosCastilla
Fotos de Daniela Frechero
Cuando en octubre de 2011 decidí desarrollar una investigación en relación a los que de manera genérica denomino como “centros de retención de migrantes”, para referirme, entre otros, a las llamadas  “Estaciones Migratorias” en México o “Centros de Internamiento de Extranjeros” en España, nunca pensé que muchas de las historias que se han construido alrededor de éstos serían realidad. Sin embargo, sólo falta dar unos pasos dentro de los “limites” físicos de estos espacios de opacidad para confirmar que hay historias que se quedan cortas respecto a la realidad de lo que ahí ocurre.
Estoy convencido de que mucho de lo que ahí pasa, se queda en “leyenda urbana” porque después de presentarse las arbitrariedades, no se dan a conocer, quedando guardadas en la memoria individual, sin trascender a la denuncia colectiva, al menos e inicialmente, a partir de la reunión de relatos que exhiban lo que ahí ocurre día con día.
Por ello, a continuación aportaré una parte de esa experiencia individual que pretende ayudar a romper el silencio, para mostrar a partir del conjunto de experiencias individuales, la realidad de esos centros de retención. En este caso, la realidad del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la Zona Franca, Barcelona, España.
Lo primero que quiero precisar, para quien no esté familiarizada con el tema,  es que los CIE NO son lugares en donde se cumple una sanción penal por haber cometido un delito, pero tampoco son espacios en los que se brinda asistencia a los extranjeros. Son, según la Ley de Extranjería, centros no penitenciarios en los que se materializa una medida cautelar que, al menos en teoría, tiene el único fin de asegurar la presencia de los extranjeros que se encuentran de manera irregular en el país (no tienen “papeles” o se les han vencido el permiso para estar en el país), a fin de que si se decide su expulsión, ésta se pueda ejecutar.
En la práctica, son peor que un centro penitenciario, pues si lo que se busca con esa medida según la Ley es asegurar la presencia física de los extranjeros, no se entiende porque las personas quedan incomunicadas al estar privadas de libertad en condiciones por mucho peores a las de una prisión. Si el fin de la medida es tenerlos ubicados, no se entiende porque se les prohíbe al ser visitados el contacto físico con su familia, su madre, su esposa, sus hijos. Si el fin es asegurar que se pueda ejecutar una posible expulsión, la que por cierto, según datos oficiales no se ejecuta en más de 50% de los casos, no se entiende porque se les restringen de manera desproporcional derechos humanos como la libertad, salud, educación, expresión, religión, alimentación, entre otros tantos más. En la realidad, se han convertido en lugares xenófobos de castigo sin delito, sin pena, sin juicio y sin las garantías del debido proceso, aunque sea un juez quien dicta la medida de internamiento.
La historia que quiero relatar, para intentar aportar algo a fin de romper la parte de opacidad que genera el silencio, inició cuando con los fines de mi investigación —contar con datos precisos y actuales del número de personas que se encontraban en esos lugares, tiempo que permanecen, países de origen, etc. —, me comunique telefónicamente desde mediados y hasta finales del año 2012 al CIE de Zona Franca a fin de concretar una cita con el Director de dicho Centro. Las llamadas fueron varias, nunca obtuve su respuesta, siempre lo encontré en un mal momento para responder mis llamadas y para darme un espacio para una entrevista.
Al saber que sólo se puede ingresar al CIE como visita si se sabe el nombre o número de alguna de las personas que se encuentran ahí privadas de la libertad y, sabiendo que no podía robar ese tiempo de visita a los familiares de estos, mi única opción era esperar que un caso me lo permitiera.
El caso se presentó. Una persona llamó al Servicio de Atención y Denuncia (SAiD) de SOS Racisme Catalunya -organización en la que colaboro de manera voluntaria-, dando  aviso de que una persona que se encontraba en el CIE privada de la libertad había sido golpeada antes de ingresar y que, además, no tenía familia. Ante eso, lo primero era conseguir su nombre o número y confirmar la información que por terceras personas había llegado.
Confirmado ello, un sábado por la mañana me dirigí al CIE de Zona Franca, el cual está ubicado entre bodegas y almacenes de ese polígono industrial, alejado de zonas habitacionales y al que se llega tras recorrer más de 30 minutos en autobús desde la conocida Plaza España en Barcelona, más al menos 5 minutos más a pie. No sabía qué pasaría. La hora de visita en ese momento era de 10 a 12 hrs., así que llegué a primera hora.
El lugar no es en nada amigable. Cámaras de vigilancia, altas alambradas y un claro ambiente de prisión “no penitenciaria” dan “la bienvenida” sin llegar aún a la entrada principal. Ya ahí, una gran reja metálica se abre operada desde el interior, sin decir palabra alguna, también desde el interior el policía de turno te hace señales para que esperes en un espacio que pretende ser una sala de espera. Quienes ya saben ese ritual, al cruzar la reja, saben que ahí deben esperar el llamado.
Sólo dentro de esas dos horas se puede hacer la visita, que según mi experiencia, llega a ser de máximo de 20 minutos, no 5 como cuentan algunas historias, pero nunca de 25 o más. No obstante ello, y aunque se sea el primero en estar ahí, siempre toca esperar. Al fin, ellos administran de por sí el tiempo y la libertad de todas las personas una vez que se pone un pie dentro de “su” territorio.
En la espera, se pueden escuchar historias personales de todo tipo y en varios idiomas. Aunque todas coinciden en una cosa, no saben ni siquiera si su familiar sigue ahí, porque nadie les avisa cuando los expulsan. Lo único cierto en esa espera es la incertidumbre, el no saber qué pasará mañana con ellos.
En esta primera visita, se acerca el policía, nos pide la documentación y el número de la persona a quien visitamos. Todos quienes ya han ido más de una vez, dicen de inmediato el número, saben que eso agiliza el proceso. Yo sé el número, pero me niego a tratar a una persona a la que no conozco y nunca he visto como un número más, porque tiene un nombre. En estos temas he aprendido que los números no tienen derechos, por lo que al final se convierten sólo en cifras, se olvida que son personas con nombre, derechos y dignidad.
El policía está de buen humor. A los familiares de una persona de Sudamérica les hace lo que él cree es una broma: “uy a él ya se lo llevaron, ya no está aquí”. Al ver la reacción de las personas, ríe y se burla: “ja ja no es verdad”. Nos pregunta si vamos a darle algo “al recluso” para que lo revisen y decidan si se les puede entregar o no. Eso son para él quienes están ahí: reclusos.
De la sala de espera nos llevan a la entrada del edificio. Del lado izquierdo, un espacio de control donde registran la entrada y desde donde se activa un altavoz que avisa de la visita: “Interno 000, su nombre y su nacionalidad”. Al menos tres veces lo repiten. Del lado derecho, una máquina de rayos X y un arco para la revisión de los visitantes. Todos debemos pasar por ahí, todos debemos despojarnos de cualquier objeto metálico. Mis objetos personales pasan por la máquina de rayos X, ven que llevo una tableta electrónica y un grabador de voz al interior. Me piden apagar mi teléfono y recoger mis pertenencias. El policía, insisto, está de buen humor y me dice: “desde cuando una mexicano es amigo de un marroquí”. Con una sonrisa irónica en la cara, le respondo: “desde que no discriminamos por nuestro origen”. La respuesta al parecer no le gustó mucho y de manera seria ahora pregunta: “¿por qué vienes a verlo?”. Respondo: “porque un familiar de él me lo pidió”. Preguntas que bien podía no responder, pero que lo hice por una cuestión de mera educación.
A quien visito lleva ya 5 días ahí. Ahora estamos en una sala de espera previa a los locutorios. A nuestra espalda, no hay pared, sino un cristal desde el que nos observan de lo que parece ser una oficina y parte del control de entrada. Los locutorios, son espacios pequeños, algunos con la silla fija al piso, una pequeña mesa de madera y un teléfono, que será el medio por el cual nos comunicaremos con la persona que visitamos. Nos separa una reja metálica de color blanco que en medio tiene una lámina transparente con pequeños orificios, aparentemente para poder escuchar algo. No sé qué, porque el teléfono es el medio de comunicación y la vista la única forma de contacto.
Salen 3 personas del interior del CIE al área de locutorios. En principio no sé cuál de ellos es a quien yo visito. Lo identifico por dos cosas, su cara  de sorpresa, no de alegría como la tienen las otras dos personas, y porque aún se le ve el rostro con las marcas que le dejaron los golpes que la policía le dio antes de entrar ahí.
Con la mirada acordamos colocarnos en el tercer locutorio (hay 5), uno que no tiene la silla fija al piso, al menos de mi lado. Le digo quien soy, qué hago y cuál es mi intención de estar ahí. Por el teléfono que nos comunicamos se escucha mucho ruido. En ocasiones parece como si la conversación estuviese siendo escuchada por alguien más. Se escucha como cuando en un teléfono fijo hay 2 extensiones y mientras se habla por una, en la otra se escucha o como si en un teléfono móvil se pusiera el altavoz. Sólo en el CIE saben si eso ocurre. Tal vez el Defensor del Pueblo debería estar interesado en verificar ello.
Bajo esas condiciones y pese a que estamos a menos de un metro, la comunicación es muy mala, sólo en momentos mejora. Me relata lo que le pasó y le pregunto si ha sido revisado ahí por un médico, cómo ha estado ahí dentro, alguna información de él. A 5 días de estar ahí, todavía está con ánimo y pese a que dice que no todo está bien, tampoco es tan malo. Toda su familia está en su país, no quiere avisarles para no preocuparles, en España sólo tiene amigos. Al preguntarle sobre su situación jurídica, me resulta claro que no sabe ni quien lo defiende, ni quien lo asiste. Es claro que no conoce sus derechos y nadie se ha molestado en tratar de explicarle o decirle algo. El tiempo se acaba, nos despedimos, le he dejado mi número de teléfono por si requiere algo. Yo se lo anote en un papel y un policía se lo hizo llegar. No pueden tener ni siquiera un lápiz para escribir o dibujar.
Al salir, le pregunto a un policía, no al simpático, sino a otro, si es posible pedir una copia de las fotografías que le hicieron al entrar, para ver las lesiones que tenía. Me responde: “pedir se puede, pero no les daremos nada”. Salgo de ahí y en mi grabadora de voz, registro el relato de esta visita para no olvidar los detalles de mi experiencia.
Para mi investigación, sin duda fue una visita muy productiva, nada que se pueda leer es igual a lo que se vive en primera persona. Como defensor de derechos humanos, también fue interesante, pues puede confirmar de primera mano que la medida cautelar que tiene por fin asegurar la presencia de los extranjeros, de conformidad con la Ley de Extranjería, es mucho más que eso, es un medio desproporcional a los fines, una fuente continua de violaciones de derechos humanos. Con lo que reafirmo que es muy preocupante lo que ahí ocurre, porque la aparente medida cautelar, es en realidad una sanción encubierta, una sanción basada en la discriminación por nacionalidad.
Durante la semana recibo algunas llamadas de él preguntándome por su situación. Trato de explicarle como está todo, ya hemos investigado quienes llevan su caso y nos hemos enterado de más detalles de su situación. No es nada sencillo. Por su nacionalidad y pese a que lleva en España más de 3 años, la mayoría de estos teniendo un Número de Identificación de Extranjeros (NIE), esto es, con una estancia regular, su expulsión parece irrevocable. No porque no se pueda hacer ya nada, sino porque el debido proceso brilla por su ausencia. Cuando la última medida cautelar es la regla, lo que se vuelve la excepción es que se logre evitar la expulsión.
Ha pasado una semana, nuevamente voy al CIE. Una vez más, soy de los primeros en llegar. Estoy en la sala de espera quince minutos, tiempo en el que llegan algunas personas a visitar y veo salir a 2 personas. Al interior hay 5 locutorios, por lo que si había 2 personas visitando, no había razón de hacerme esperar 15 minutos, espacios libres había.
Entro y el proceso es el mismo, registro, llamado, paso por el arco y rayos X. Pero ahora, hay un problema. Nuevamente llevo tableta electrónica, grabadora de voz y mis demás pertenencias. El problema es que la grabadora de voz la llevo en el abrigo, no en la bolsa y como hace frio aunque ya llegó la primavera, no me había quitado el abrigo por lo que al cruzar el arco de revisión sonó. Me quito el abrigo y al pasarlo por los rayos X, obviamente se ve. Me preguntan qué es, les digo que es. El policía me dice que no puedo pasar con eso. Me lo quita y lo lleva al área de control de entrada. A mí no me preocupa que se lo queden, porque no voy a grabar nada adentro, no sólo por no ser mi intención, sino también porque es imposible hacerlo cuando ni siquiera se puede escuchar lo que se habla por el teléfono que sirve para comunicarse. Además sólo van a encontrar mis notas de voz. Incluso deseo que escuchen algunas porque como el 21 de marzo había sido el “Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial”, podrían escuchar una plática que di, así como lo dicho por expertos en el tema. Tendrían una breve capacitación respecto a la no discriminación sin salir de su área de trabajo. Que buena falta les hace.
Paso a la visita y empezamos a hablar. El cristal que separa, también refleja, por lo que veo que un policía se para atrás de mi. Mi duda respecto a si era o no un policía, lo confirma la cara de miedo de la persona a la que visito. Minutos después, ya son 2 los policías que están atrás de mí. Como yo estoy ahí, primero, para informarle a él que dos días después irá un abogado para hablar con él y lo puedan asistir en la denuncia por la tortura que sufrió. En segundo lugar, como un acto de humanidad mínima de apoyo a una persona que no tiene a nadie más en el país y, tercero, que era la razón original de mi interés por conocer lo que ocurre en el CIE, esto es, recolectar datos e información que ayuden a mi investigación, la presencia de esos dos policías no me intimida ni me afecta. Continuamos hablando hasta que nos dicen que debemos terminar, ahora fue menos tiempo. No 5 minutos, pero tampoco 20. Incluso creo que esperé más en aquélla sala al exterior que lo que podemos hablar. Y peor aún, me he trasladado más de 30 minutos para hablar sólo unos 17 minutos.
Para salir de los locutorios a los visitantes nos tienen que abrir una puerta. Uno de los policías que vigilaba mi visita, abre la puerta y me dice que la jefa de turno quiere hablar conmigo, pero cierra nuevamente la puerta. Minutos después, abren la puerta y me pide ir al fondo de un pasillo en sentido opuesto a la salida. Veo que viene una mujer acompañada por dos policías más. Abren la puerta de una sala que tiene una pequeña placa que dice “Sala de funcionarios” y me piden pasar ahí. La mujer policía, que es la jefa de turno, no me dice su nombre ni porta su placa de identificación para saberlo, tiene en sus manos mi grabadora y una hoja.
Con la puerta abierta y siempre ahí parado un policía, me pregunta: “¿Por qué esto? ¿Por qué grabó lo que se escucha?”. A lo primero, le explico que cuando se investiga, las notas de voz suelen ser muy importantes porque la memoria en ocasiones falla. De su segunda pregunta, primero, le digo que con qué derecho escucharon mis grabaciones, y en segundo lugar, a qué se refiere. Me responde que “escucharon porque ahí había reglas que cumplir y que si entro, no puedo llevar ese tipo de objetos”. Lo extraño es que, justo una semana antes nada había pasado con eso. De la grabación, me dice que escucharon lo que grabé al llegar al CIE. Esto es, básicamente, lo que está aquí 4 párrafos antes narrado aunque en la nota de voz con más detalle de lo que ahora pude escribirlo. La jefa de turno me dice que al grabar podía violar el derecho a la privacidad de quienes estaban ahí. Le respondo que ello sí habían violado mi derecho a la privacidad al escuchar mis grabaciones, sin mi permiso. Al darse cuenta que algo sé de mis derechos, me pidió que borrara la nota en la que describía mi llegada al CIE ese día. Le pregunto que para qué, si sólo estoy describiendo lo que estoy haciendo. Insiste en que son las reglas. Lo interesante, es que los CIE´s desde su establecimiento en España en 1985, nunca han tenido Reglamento de funcionamiento, así que no sé a qué reglas se refiere. Como es una nota de voz irrelevante y para no seguir en un diálogo que sólo aportaba minutos perdidos, borro la nota frente a ella.
Al ver mi actitud, me dijo que ellos no tenían nada que ocultar. Que incluso, por eso yo había pasado a esa oficina, que la Cruz Roja entra todos los días, pero que a ella le preocupaba mucho el derecho a la privacidad si yo grababa algo ahí dentro. Ante esa “apertura” le pregunté si estaba el Director, porque si son tan abiertos, con los fines de mi investigación me gustaría poder hablar con él, para conocer un poco más. Ya de una forma más amable ella me dijo que los fines de semana no está el Director, que si iba cualquier día por la mañana, pero sólo por la mañana seguramente el Director muy amablemente me atendería. Incluso, era tanta su amabilidad para ese momento, que para evitar que fuera yo al CIE y no estuviera el Director, pidió a uno de los policías que me anotara el número telefónico del Director para que pidiera la cita. El número es el mismo que desde mese atrás había marcado intentando conseguir una cita. Me entregó mi documento de identificación, mi grabadora y me acompaño a la salida, siempre acompañados por otro policía.
En la hoja que llevaba, ya tenía registrados todos mis datos: nombre, domicilio, lugar de estudios, etc. Me pidió un teléfono, se lo di. Le pedí que en su hoja anotara también mi tema de investigación. Le expliqué, ya que tenía todos mis datos, era bueno que tuvieran el nombre de mi investigación, por si quieren confirmar los datos con la oficina de extranjería, pues justo mi autorización para estar en España es por investigación y de manera específica estoy tratando de resolver la pregunta de si los “centros de retención de migrantes son ¿discriminación institucionalizada?” Dijo que no era necesario, porque sólo era para su control. Es extraño, porque el control de visitas está en una libreta en aquélla oficina que está a la entrada del CIE, junto a la oficina del Director.
Salí del CIE. Apenas iba unos pasos adelante cuando el policía que siempre acompañó a la jefa de turno, salió corriendo porque querían hacerme una pregunta. Inmediatamente después de él, salió la mujer. En la calle, fuera de su espacio de poder y control, la jefa de turno me dijo que se le había olvidado preguntarme una cosa: “¿Por qué ese chico?” Mi respuesta fue simple: porque es del único que tengo datos para poder pasar a visitarlo. A eso, ella preguntó: “¿Es por los golpes? ¿Eres de una organización?” Me parecieron muy extrañas sus preguntas porque en esta visita, pese a que estuvieron todo el tiempo dos policías detrás de mí, nunca hice mención de que me había enterado del caso y estaba apoyando a SOS Racisme Catalunya con la entrevista para confirmar el caso, ni hicimos referencia a los golpes. Sólo hablamos de cómo se encontraba, de si recordaba más información de los abogados que lo habían asistido, pero sólo eso. Cuando hablamos de los golpes y de la manera en la que me había enterado de su caso para poder entrar había sido en la primera visita. Aquélla que como todas, es supuestamente privada. Ante ello, el que preguntó fui yo: ¿cómo sabe eso? Su respuesta fue: “sabemos que llegó golpeado”. Me dio las gracias y regresó. Yo continúe mi camino.
Dos días después, nuevamente por la mañana, pero ahora acompañado por el abogado de SOS Racisme que llevará el caso de la tortura en contra del chico marroquí, llegamos nuevamente al CIE de Zona Franca, Barcelona. El procedimiento era el mismo que otros días, sólo que ahora al ir el abogado, se tenía el derecho de hablar en un lugar distinto a los locutorios, destinado a ese fin. Entregamos nuestras identificaciones y todo parecía hasta ahí normal.
No pasó mucho tiempo, cuando salió el Director del CIE de la oficina que está al lado del módulo de control de registro. De aquélla oficina que se tiene a la espalda al estar en la sala de espera para pasar a los locutorios y desde donde se observan estos. Con voz en tono alto, dijo mi nombre y apellidos. Nos miró y me dijo que no podía pasar, porque sólo iba a grabar. El abogado le explicó que íbamos a esa visita porque él era abogado de la persona que queríamos ver. Yo añadí que no era necesario que yo pasara, para no entorpecer la labor del abogado y porque como se lo dije a la jefa de turno dos días antes, a mí me interesaba hablar con el Director para conocer el funcionamiento del CIE desde su visión como responsable de ese lugar y, con suerte, poder obtener de primera mano los datos estadísticos que sirven a mi investigación. Incluso, le pregunto respecto a si ese día o algún otro me podía recibir. La respuesta es clara e inmediata: “No. Yo no doy entrevistas a nadie.”
El Director le preguntó al abogado si era de alguna organización. Él respondió que sí, de SOS Racisme. La cara del Director fue de desaprobación. Sin embargo, dijo que pasaríamos pero a la zona de locutorios. El abogado le dijo que ese no era el espacio adecuado para esa visita, por lo que pedía que les dejara reunirse en un espacio que permitiera una comunicación más fluida y directa, así como la posibilidad de que la persona privada de su libertad firmara los documentos necesarios. El Director, siempre en una actitud hostil, dijo que no, porque “no le generábamos confianza”, que si queríamos pasáramos a los locutorios, porque además “la normativa y el reglamento hablan de que debe haber locutorios para abogados”. El abogado insistió en que necesitaba que la persona a quien visitábamos le firmara unos documentos. A lo que el Director dijo: “les damos al final unos segundo para que firme lo que sea, en la cárcel así son las cosas y así entran los abogados ¿apoco no has visto?”.
A todo eso era muy sencillo contestar. En primer lugar, porque esa visita es un derecho reconocido en la Ley de Extranjería tanto a las personas ahí privadas de la libertad como para las organizaciones de derechos humanos y ningún reglamento, por cierto inexistente, podría limitar. En segundo lugar, como he insistido, es falso que exista algún Reglamento de funcionamiento de los CIE´s, por lo que sus argumentos de negativa no tenían ningún sustento legal. Y finalmente, porque con esa actitud estaba no sólo negando un derecho que reconoce la Ley de Extranjería, sino también la Constitución Española, los tratados de derechos humanos e incluso una muy criticada Directiva de la Unión Europea. No sé si de todo ello tenga noticia el Director, y peor aún, sus superiores. Pero como en ese espacio él es quien podría negarnos totalmente la entrada, ordenado incluso que nos echaran o cualquier otra cosa aún más arbitraria de lo que con palabras y ordenes estaba haciendo. Ante la necesidad de la visita, el mal menor era llevarla a cabo de esa forma, por arbitraria, ilegal y violatoria de derechos que fuera.
Una cosa interesante fue que, pese a que yo llevaba justamente las mismas cosas que dos días antes en mi mochila (tableta electrónica, grabadora de voz y documentos), no nos pidieron pasar por el arco de revisión ni por los rayos X. Por lo que si en verdad le preocupaba que yo no pudiera grabar al interior, su medida de seguridad habría fallado. Incluso, si mi intención fuera grabar sin permiso una conversación, el haber grabado todo lo que él nos dijo, en el tono que nos lo dijo y con las palabras exactas que lo dijo, ese habría sido el mejor momento y una gran prueba de lo que digo, que les aseguro, sería mucho más clara que este relato de la actitud inhumana y poco profesional con la que se desempeña un funcionario público que tiene bajo su responsabilidad la integridad de más de un centenar de personas.
Aunque insisto, nada se puede grabar en el espacio de locutorios porque las voces que más importa escuchar, que son de las personas que sufren esa arbitraria privación de libertad, sólo pueden ser escuchadas a través del teléfono. Por lo que la única forma de guardar lo que ahí se escucha es la memoria personal. Memoria que insisto, debe ser recopilada, sumada y difundida para conocer que esconden en los CIE´s.
Ello me hizo reflexionar, si así nos trató y se dirigió a un abogado de nacionalidad española y un abogado de nacionalidad mexicana que conocemos nuestros derechos y que sabíamos que lo que estaba haciendo era arbitrario e ilegal, no quiero imaginar cómo lo hace comúnmente con personas que por no tener papeles están bajo el total desamparo y a la voluntad de este personaje. ¿Qué pasa en las situaciones que permanecen en silencio por miedo, por desconocimiento, por la esperanza de no ser expulsados?
Después de ello la visita se desarrolló con normalidad. La persona visitada y el abogado pudieron hablar por el teléfono más de 45 minutos. Los documentos que él tenía se pudieron leer a través del cristal que separa y en general no hubo ningún problema. Por ser visita de abogado, al menos, no se limitó el tiempo. Mientras ellos hablan, yo ahí parado detrás del abogado, pude observar en ese espacio de tiempo, al menos, 8 historias de vida, 8 situaciones personales que para quienes manejan esos centros de internamiento son sólo números. 8 pláticas telefónicas con contacto visual de no más de 20 minutos, algunas en castellano con acento sudamericano, otras en árabe, unas más en francés y las más en un castellano aprendido después de años de vivir en España.
Pude observar la desesperación de hermanos, esposas, novias por querer dar un beso, un abrazo, de tocar una mano. Lágrimas reprimidas desde el interior, para que al exterior tampoco brotaran. Incertidumbre total de no saber si al día siguiente, al menos esa charla podría tener lugar. Tiempo de cruzar miradas, de ver tristeza, de sentir apoyo y empatía. Minutos que parecen segundos y que no alcanzan para decir todo, para informar si hay una buena noticia. Momentos de chistes que buscan sacar la sonrisa del otro lado del cristal, aunque la gracia sea nula. Tiempo de vida, de libertad perdida por no tener un papel que tal parece vale más que la dignidad misma de los seres humanos.
Concluida la visita, sólo quedaban pendientes las firmas. Salimos de los locutorios, salimos de la sala de espera contigua a los locutorios. Vigilados por 2 policías, en un pasillo pudo firmar los documentos, le dimos un poco de tabaco que nos había pedido y unas hojas que quería para escribir. En su “habitación” había dejado una hoja que necesitábamos, un policía lo acompañó por ella y ya sólo regresó la hoja y el policía.
Al salir eran ya las 12:05 hrs. Una mujer con hiyab y un carrito para transportar niños esperaba del otro lado de la reja para intentar pasar de visita. La reja se abrió para que nosotros saliéramos, pero desde la distancia el policía le gritó a la mujer que las visitas habían acabado. “Regresa mañana”. Como si llegar ahí fuera sencillo, como si al día siguiente fuera seguro que el padre de ese pequeño niño de no más de 5 meses lo volvería a ver, al menos, a través de esas rejas y cristal. La impotencia ante ello es mucha, lo peor es que ante esas arbitrariedades poco se puede hacer, porque nada de esto es nuevo, pero tampoco nada de eso cambia. Quien tiene el poder y las facultades para poner fin a esas arbitrariedades, a esa continua violación de derechos humanos no hacen nada. “Trabajan” bajo una pasividad que día con día mina la dignidad humana. Inacción institucional que normaliza la discriminación.
Ese mismo día por la tarde, me llamó el chico desde el CIE para comentarme que el Director le quitó las hojas que le llevamos. Advirtiéndole que si algo más escribía, lo mandaría “al calabozo”. Él nada puede hacer para denunciar eso porque es su palabra contra la del Director y no hay más pruebas. Lo malo es que estas historias se repiten una y otra vez, pero ni porque existen, el Defensor del Pueblo, Fiscalía, ni los juzgados de control o algún otro órgano del Estado español hacen nada por investigarlos y ponerles fin.
Este relato tampoco va a cambiar mucho la situación. Incluso con suerte lo más que logre es ser leído hasta esta línea. Pero lo cierto es que el silencio ante tales arbitrariedades, es peor, ha sido peor y mantenerlo es autorizar que todo esto siga ocurriendo, repitiéndose, multiplicándose y creciendo impunemente. Sólo la suma de todas las experiencias se escuchará, sólo esa suma de voluntades podrá hacer algo.
Días después de esa última visita, nos enteramos de que 2 personas fueron agredidas al interior del CIE. La persona a la que visitaba me contacta telefónicamente una vez más para saber si hay datos nuevos de su situación jurídica y aprovecho para preguntarle sobre las agresiones. Me lo confirma e incluso me comenta que en protesta por ello hubo una huelga de hambre de algunas horas, la cual terminó bajo la promesa de que se sancionaría al policía agresor.
Días después de ello, nuevamente se comunica conmigo, entre otras cosas, me dice que un día antes, él y otra persona que estuvo presente el día de la agresión a las dos personas antes referidas fueron llevadas durante toda la mañana a una oficina aislada. El día y hora de ello coinciden con la visita que hizo al CIE el Fiscal de Extranjería. Él me lo confirma, porque sus compañeros le dijeron que había ido alguien a hablar con algunos de ellos. Aparentemente el Fiscal sabe de las agresiones, pero no del testigo. Si se investigarán las agresiones y en verdad se sancionará, sólo lo sabe el Fiscal.
Nada de esto es noticia, ningún medio de comunicación lo reporta. Nadie se entera de lo que pasó dentro del CIE de Zona Franca. Desde SOS Racisme se da a conocer, sólo algunos medios comunitarios y alternativos, así como otras organizaciones y algunas redes sociales lo replican y dan a conocer. Las autoridades para intervenir nos piden información que sólo su investigación e intervención podrían proporcionales. Es el escenario perfecto para que los derecho humanos sigan siendo violados, el mejor sistema para esconder lo que ahí pasa, la situación ideal de opacidad para negar que ello pasa, que ello existe.
Casi dos meses después de ocurrido lo anterior, no hay noticia alguna de la investigación, menos del inicio de un proceso o sanción a los policías agresores. Si algo de ello ha ocurrido, es tan confidencial que no se conoce. Aunque lo más probable es que nada se esté haciendo, ya que ni los casos en los que ha habido la muerte de personas dentro de los CIE´s han dado como resultado la aplicación de alguna sanción. El silencio y la opacidad nutren la impunidad, la impunidad a la arbitrariedad, y todo esto es la constante.
Él —a quien visito— está 32 días en el CIE de Barcelona. Después, sin avisar a nadie es sacado de ahí y no sabemos a dónde es trasladado, si fue expulsado o puesto en libertad. 9 días después de ello, sabemos dónde está, está bien —si a estar así se le puede llamar bien— pero sigue privado de la libertad. Yo, no sé si tendré algún problema para renovar mi permiso de investigación y estudios por el incidente aquí relatado y esta experiencia en primera persona. Pero ello es parte del riesgo por interesarse más que en las teorías, en las realidades de nuestros países, en el día a día de los derechos humanos. Por investigar más allá de las letras y el papel. Nada malo he hecho, pero siempre eres un problema si te interesas por los derechos de los más vulnerables, de quienes no tienen voz en la sociedad, de quienes son discriminados por su origen y su color de piel. La información que no existe escrita intenté buscarla directamente en uno de mis objetos de investigación (los CIE). Ya entendí porqué no la encuentro toda. Ya entendí porque es escaza y cada día menos. Pero también estoy seguro que es un tema en el que mucho hay por hacer desde los derechos humanos. Romper el silencio es un paso y ello tan sólo es ejercer la libertad de expresión. Pero eso no es todo, mucho queda por hacer.
Y ahora, con más razón me pregunto ¿qué más esconden en los Centros de Internamiento de Extranjeros?
 

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