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ULTRAS EN EUROPA

 Las elecciones europeas podrían ser un excelente termómetro para calibrar el estado de ánimo de los ciudadanos de la UE, porque se celebran de acuerdo con un sistema proporcional, incluso en países de tradición política mayoritaria, como el Reino Unido, que permite matizar mucho mejor las posiciones ideológicas o la existencia de nuevas corrientes políticas, a veces enterradas u ocultas por otros sistemas electorales hasta que ya son bastante (o demasiado) robustas.

En teoría, ese sistema permitiría obtener representación a partidos pequeños, o, incluso, a partidos que se consideran marginales en otros comicios nacionales. Sería, por ejemplo, una buena manera para valorar hasta qué punto está aumentando el apoyo a la xenofobia y a la extrema derecha, atrincherada en sus mensajes anti-inmigración. Todo esto ocurriría en teoría, si las elecciones europeas, previstas para los días 4 a 7 de junio, no estuvieran rodeadas de una notable indiferencia (de la que no son inocentes los gobiernos ni los partidos políticos tradicionales) y si la formidable abstención prevista no tuviera el peligro de desvirtuar cualquier análisis.

Será interesante, en cualquier caso, saber el resultado electoral no sólo de los movimientos extremistas franceses, italianos, alemanes o austriacos, clásicos ya en las elecciones europeas, sino el del British National Party, un grupo de extrema derecha, alejado siempre del Parlamento de Westminster por el recuento mayoritario. Las encuestas indican que el BNP se está aprovechando de la crisis económica con el mensaje "el trabajo, para los británicos", que tan inmediata acogida está teniendo en los grandes complejos industriales ingleses y galeses. Las elecciones llegan, además, cuando está en su peor momento el escándalo sobre las prebendas de los parlamentarios nacionales, tan irritante para los británicos, probablemente el pueblo de Europa que hasta ahora ha mantenido un mayor nivel de confianza en la integridad de sus políticos y en la bondad de su sistema democrático.

El mayor interés cara a este fenómeno lo despiertan, sin embargo, los países del Este de Europa, donde los movimientos ultraconservadores han encontrado hasta ahora mayor acogida, especialmente en Hungría y en República Checa. En Polonia, la extrema derecha católica y los populistas han logrado ya en varias ocasiones ser acogidos en el propio Gobierno de Varsovia. La situación en Italia resulta especialmente curiosa porque el mensaje más xenófobo no está representado, como en otras elecciones europeas, por Gianfranco Fini y la desaparecida Alianza Nacional, de raíz neofascista, sino por Umberto Bossi, líder de la cuasi secesionista Liga del Norte y por el número dos de ese partido, el actual ministro del Interior, Roberto Maroni, uno de los más eficaces perseguidores de gitanos de toda Europa.

Lo más relevante en la campaña electoral europea está siendo, hasta ahora, la facilidad con la que se ha instalado la agenda política conservadora, prácticamente indiscutida en todos los países de la UE, mientras que la izquierda se debate en un mar de dudas para presentar unas propuestas coherentes, capaces de hacer frente con solidez al avance populista y de buscar una alianza lo más fuerte posible con la sociedad civil.

De momento, lo único que parece interesar a los partidos tradicionales es lograr un nivel de votación que no sea tan bajo como para avergonzarles completamente. Las campañas se dirigen más a conseguir que se vote, sea lo que sea, que a solicitar el apoyo para proyectos o ideas determinadas. Claro que incluso en eso los mensajes de la UE son polémicos. Uno de los spots publicitarios financiados por el Parlamento Europeo bajo el lema general "There is always time to vote" (siempre hay tiempo para votar), muestra a un grupo de ladrones enmascarados que entra corriendo y saltando en un colegio electoral, deposita su voto y sigue con su danza (y sus fechorías, se supone). En otro se ve una mesa electoral con sus aburridos y solitarios integrantes: se oyen gritos y entra una mujer guapa que parece estar pidiendo socorro, muy asustada. Pese a sus evidentes prisas, se para, saca el carné de identidad y vota, para volver a salir corriendo y gritando. Un segundo después entra en la sala un hombre enmascarado que esgrime un hacha, y que también vota, antes de seguir en persecución de la mujer… ¿Todo muy normal y muy gracioso?

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